Hace 147 años, un 14 de marzo, murió Karl Marx
Aurelio Gil Beroes. Hace 147 años, un 14 de marzo, dejó de existir Carlos Marx, el hombre que por primera vez le dio una base científica al socialismo. El pensador que quizá más ha influido en el desarrollo político y social del mundo contemporáneo. También el más difamado y el de las ideas más perseguidas, aún después de muerto.
Carlos Enrique Marx nació en la ciudad de Tréveris, Alemania, la más antigua de esa nación, el 5 de Mayo de 1818.
Su padre fue un abogado judío, liberal, que se sabía de memoria las obras de Rousseau, y su madre una sencilla mujer holandesa, emparentada con nobles de origen escocés, entre ellos el barón de Westfalia, alto funcionario prusiano, con cuya hija, Jenny, casara Marx años más tarde, en 1843.
Comenzó a estudiar jurisprudencia en Bonn y Berlín, pero por inclinación natural se consagró al estudio de la historia y la filosofía, graduándose como doctor en Filosofía, en 1841. En Berlín entra en contacto con las ideas de los hegelianos de izquierda y colabora con un periódico: “La gaceta del Rhin” que, para aquel entonces, editaban unos burgueses radicales.
En 1842 Marx fue designado director del periódico y se trasladó de Bonn a Colonia, donde le imprimió una tendencia democrática y revolucionaria. El Gobierno, paulatinamente, comenzó a censurarlo hasta que, en enero de 1843, lo clausuró: “Como las actividades periodísticas le habían mostrado que no disponía de los suficientes conocimientos de economía política, se aplicó al estudio tesonero de esta disciplina”, apunta Lenin, en su semblanza biográfica de Marx.
Como resultado, “descubrió la esencia de la explotación capitalista, explotación que no es evidente, que no se da directamente a la observación como la explotación del esclavo y la explotación del ciervo en el feudalismo, porque el salario se presenta como un intercambio equivalente, en una relación jurídica de igual a igual entre el capitalista y el obrero, en la cual parece que el primero le paga al segundo, justamente, lo que este entrega, es decir, su trabajo”.
Pero Marx demostró que, realmente, el salario sólo paga una parte del trabajo, mientras que hay otra parte de la cual se apropia el capitalista sin retribuirla, constituyendo la plusvalía que representa la médula de la explotación burguesa”, apunta el líder de la revolución bolchevique.
París
En otoño de ese año,1843, Marx se traslada a París con la intención de publicar una revista radical cuyo nombre es “Anales franco-alemanes”, que edita con Arnoldo Ruge, un hegeliano de izquierda.
De este periódico sólo se publica un número, debido a las dificultades de su difusión clandestina y a diferencias con Ruge, pero sus artículos muestran ya al revolucionario que –según Lenín- “proclamaba la crítica despiadada de todo lo existente”.
En París, entrado 1844, conoce a Federico Engels, con quien trabará una amistad imperecedera.
Ambos se involucran en las actividades de los revolucionarios parisinos y Marx publica su obra: “ Miseria de la filosofía” (1847), con la cual demuele las ideas de Proudhon, en lucha abierta contra las diversas doctrinas del socialismo pequeño burgués.
Bruselas y el manifiesto comunista
En 1845, por presiones del gobierno prusiano (alemán), Marx es expulsado de París como revolucionario peligroso y se traslada a Bruselas, donde junto con Engels, en 1847, se afilia a la “Liga de los comunistas”, tomando parte activa en el II Congreso de esta organización, celebrado en Londres.
Los comunistas belgas les confiaron la redacción del famoso “Manifiesto del Partido Comunista” que es publicado en febrero de 1848.
“Esta obra expone-dice Lenin-con claridad y una brillantez geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado también al campo de la vida social, la dialéctica como la más completa y profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel revolucionario histórico mundial del proletariado, como creador de una sociedad nueva, de la sociedad comunista”.
El Manifiesto cierra con el famoso llamado: “Proletarios del mundo, uníos”.
Pero estalla la revolución burguesa de Febrero de 1848, en París, y Marx es expulsado de Bélgica.
Decide entonces trasladarse de nuevo a París, desde donde, luego de la revolución burguesa de Alemania y Austria ocurrida en 1849, viaja a Colonia, Alemania.
Los acontecimientos revolucionarios europeos de 1848 y 1849 vinieron a confirmar la nueva teoría propugnada por Marx y Engels, pero triunfante la contrarrevolución, Marx es sometido a juicio.
Marx es absuelto, pero expulsado de Alemania el 16 de Mayo de 1849. Vivió en París unos meses y luego viajó a Londres, donde pasó el resto de su vida, bajo el signo de la pobreza extrema, aunque en alianza firme con el proletariado.
En una conmovedoras líneas del diario de su mujer, de ese momento, se puede leer: “Ni un momento, ni aún en las horas más sombrías, flaquea en él la fe en el futuro ni se le nubla su buen humor”.
Tales eran su privación y penurias, que los hijos se le fueron muriendo uno a uno “sin cuna ni ataúd”.
Vive de colaborar en un diario norteamericano que le proporcionaba un jornal de obrero, y nunca aceptó un trabajo que supusiese dar la espalda a las convicciones de su vida.
Su fiel amigo Federico Engels lo ayuda cuanto puede y Marx, acosado por los acreedores y las privaciones, pasa las noches en vela, trabajando, investigando y escribiendo, hasta que la salud comienza a flaquear.
En este escenario debe enfrentar a todas las corrientes del socialismo pequeñoburgués y del socialismo no proletario, sin apartarse de sus trabajos históricos : “Contribución a la crítica de la economía política” ( 1859) y “El Capital”, Tomo I, en 1867.
A mediados de la década de 1860 el movimiento político europeo es favorable a los cambios y en 1864 se funda en Londres la famosa I Internacional, la Asociación Internacional de Trabajadores, de la cual Marx será el alma.
La sede de la I Internacional será trasladada a Nueva York por indicación de Marx, cuando prevé su hundimiento por parte de las diferentes corrientes del socialismo no proletario.
El 2 de diciembre de 1891 muere su esposa y dos años después el propio Marx “se dormía dulcemente para siempre en su sillón”, al decir de Lenin.
Federico Engels, su entrañable amigo, pronunció una palabras en el sepelio de Marx, que describen en forma sin igual, la significación de los aportes y hallazgos de Carlos Marx a la causa de la emancipación del ser humano.
Discurso de Federico Engels ante la tumba de Carlos Marx (17/07/1883)
“El 14 de marzo,-dice Engels- a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.
Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.
Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él.
El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales.
Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria.
Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el desarrollo histórico en general.
Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento.
Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts* de París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los republicanos, le expulsaban.
Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía.
Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California.
Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”.
http://www.abn.info.ve/noticia.php?articulo=224752&lee=15
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