España y el Bribón: Con la proa mirando a Roma

Tal vez algún carroza más se acuerde de aquellos finales de los setenta en que al grito de Llibertat, Amnistía i Estatut d'Autonomia! se organizaban "espontáneamente" cada día algaradas indiscriminadas por toda Barcelona. Eran años de bachillerato superior nocturno en el Balmes, confluencia de Consejo de Ciento con Via Layetana en aquellas nomenclaturas. Y una vez cada dos semanas al menos solíamos cortar el tráfico y montar un pollo hasta la llegada de las tocineras con sus argumentos. Entonces nos replegábamos al instituto y nos negábamos a salir hasta que se largaran los orcos, lo que el dire solía pactar por aquello de irse a dormir y cenar antes de las 23 y evitar que el insti acabara en llamas. En aquella época aquello era sólo para varones y los curas que daban religión.

Las convocatorias a las manis eran como la cartelera del cine, a elegir. No se convocaba una, sino varias, para conseguir que la gente -evidentemente abiertas a todos los públicos bajo su propia responsabilidad- acudiera aleatoriamente a un salpicado de incidentes y originar así el caos más general e incontrolable posible.

No se enfrentaba a la policía. Su presencia creaba ya más caos que el de los manifestantes -con las tocineras bloqueándolo todo- y durante más tiempo, por lo que cuando ellos llegaban -con la disco puesta a toda caña- la gente piraba y se congregaba en otro lugar a 500 m donde se volvía a montar otro/s pollo/s durante períodos de una a dos horas, desde las ramblas a Diagonal, paseo Maragall o paseo de Gracia, de una punta a otra del mapa barcelonés, haciendo footing sin pagar el gimnasio.

De vez en cuando pescaban a alguien -o a muchos-, o les aporreaban por pasar, por ser, por estar o por existir; o se escapaba una bala tirada al aire -según los que la tiraban- y que daba por la espalda certera y fatalmente a alguien que nunca era de los suyos.

Tuve suerte, o habilidad, pese a momentos de angustia que muchos compañeros dejarían pálidos con sus tremendas y duras experiencias en los calabozos sin cámaras fascistas y que son sólo ya anécdotas "divertidas" en una sociedad gris oscura.

Me recordaba todo al juego del escondite -o de tres en raya o al ajedrez, según se mire- entre las fotocopias de Darth Wader con porra y los miles de madrileños que les han asediado -y veremos lo que queda- desde plaza del Sol a Oriente, y Carrera de san Jerónimo -Congreso- a Cibeles, Plaza Mayor al Callao y tiro porque me toca.

Entre paseo y paseo, para distraerse o desahogar la mala leche, 20 ó 30 heridos, entre los 15 y los 77 años, por ganarse el sueldo algunos y frente al Ministerio del Interior los más, para dar ejemplo Rubalcaba, el viejo súbdito sumiso.

Mientras, ajeno al mundanal ruido y sus banalidades, desde la proa del velero de su amigo, el industrial farmacéutico Cusí que encabeza la protesta contra la prescripción de los genéricos en la sanidad pública contra las infladas marcas y sus comisiones, el "jefe del estado" -al que cualquiera normal consideraría responsable principal del "estado" del Estado- pide moderación y que los partidos -los suyos de siempre- se unan frente a la crisis. Como él hace, uniéndose en sus inversiones a BlacRock y sus primos europeos coronados.

Llega un vago rumor desde Madrid, como olas de marejadilla por estribor. La proa, por si acaso Cusí, mirando a Roma.

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