Sobre olas, olillas, olitas y revoluciones


Una gota de agua, amig@s, es una levedad en el universo, aunque de ella haya dependido y dependa la vida misma, desde sus orígenes estelares hasta la de lluvia que se evapora al poco de haber nacido.

Como una moneda, para aquel que cuenta en miles, que apenas vale la molestia de recogerla si cae.

Y, si en botella, alterna entre el gran negocio y la multa por venderla sin permiso, de unos céntimos en el súper, a unos euros imprecisables en la costa de los mosquitos y los angloalemanes ebrios.

Una ola es cosa más fundamental, sobre todo si te coge desprevenido y de espaldas y te pasa un metro de altura o más.

Para que se origine la ola es necesario un viento de fondo en esa dirección, y de tales vientos, tales olas, olillas y olitas.

Hasta ahora las olas son medianas, alguna más contundente, pero todas ellas carecen de una fuerza direccional suficiente para sumar unos resultados capaces de erosionar un acantilado, sea en Dover o en Bagur.

Porque hay quien, además, coloca islotes artificiales de tochos aporreadores que se ocupan en dividir las olas, por tierra, mar, multas, helicópteros o casas asaltadas por una tropa de dartsrobocops que si no te matan del infarto -ya sólo de verles a lo Corcuera británico- es por accidente y no por falta de ganas en el protocolo. Muchos que no se suman a esas olas es porque ya saben que éso se soluciona así desde hace mucho, Sargón de Akkad ya era un experto.

Las elecciones son la única vía, llena de minas personales, sociales y trampas mortales para que sólo ellos salgan, que han dejado las monarquías y sus repúblicas bananeras europeas para que los pueblos puedan cambiar el destino por ellas prefijado, hace ya siglos.

Y siempre tienen la solución Pinochet para cualquier Allende.

Hay que hacer una ola, y no de bilis, gilis o de vivaslavirgen, ni un cursillo para revolucionados indignados que aún no saben que no hay revolución social, económica o política sin organización y que éso lleva 160 años llamándose comunismo, sino de quienes aún aman y no quieren ver lo suyo, ni lo de al lado, ni lo de todos, secándose como una estepa bajo el gobierno de los mejores ladrones organizados de la historia entorno al club del FMI, que es la sucursal -o filial- usurera de los plutócratas Bilderberg.

Hoy todos los pueblos, aún en su propia tierra, viven desterrados, pues no son dueños de nada, ni del derecho a trabajar. Ya no son soberanos, sólo aparceros, bajo la fusta de encomenderos en encomiendas de esclavos.

Hoy, Manuel Machado, el "otro" Machado, no podría decir: "Por la terrible estepa castellana, al destierro con doce de los suyos: ¡Polvo, sudor y hierro! ¡El Cid cabalga!".

Ya no hay Sidis, sólo depravados por Alá y por Dios, y olillas como urinarios en playas con overbooking.

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