La nación catalana y el tribunal de los necios


Hace ya 30 años que publiqué un artículo con el título: "Catalunya es una nación". Que yo sepa, el primero que se publicó en tales términos.

No basaba tal afirmación en hechos abstractos, interpretaciones rocambolescas de la historia colonial española y de la resistencia catalana, o en el nefando y criminal imperialismo endogámico de los descendientes del pirata Guillermo de Normandía: las familias monárquicas europeas.
No, me basaba, pura y simplemente, en el significado que del término hace el diccionario de la Real de la lengua castellana. A saber:
1ª acepción: Conjunto de los habitantes de un país regidos por un mismo gobierno. 
¿Tiene gobierno Catalunya? ¿O es una cuchipanda sucursalista sin poder efectivo que sirve para multiplicar los ingresos de los colegas de clase chupópteros multiplicados por 17?
2ª acepción: Territorio de ese mismo país
¿Tiene Catalunya un territorio o es una ficción imperialista, como Kosovo o Macedonia, o una invención del Risk o el Monopoly?
3ª acepción: Acción y efecto de nacer
¿Somos los catalanes nacidos o, como ciertas dinastías estériles, fabricados en probeta?

4ª acepción: Conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. 
¿Es un idioma el catalán? ¿O es, como el castellano y las leyes españolas un pitorreo en que cada quien usa los términos no por su significado científicamente aceptado sino por el interés particular de turno, reinventándolo y forzándolo hasta el ridículo por intereses espúreos, económicos y políticos?
Y, para quienes aún argumenten con la sandia recurrencia al concepto de país: "Nación, región, provincia o territorio".
Es decir, según esa jerga llamada lengua castellana, Catalunya tiene, al menos, 4 países (Girona, Lleida, Tarragona y Barcelona), siempre que no nos dé por contar comarcas y veguerías que multiplicarían el número de las naciones catalanas, según los análisis geográficos y edafológicos, ad libitum.
 
Lo menos que puede hacer un tribunal, aunque sea español, para no ser objeto de burla, recochineo y desprestigio, es saber leer y escribir en algún idioma, aunque sea ese dialecto del catalán llamado castellano, según demostró un reciente estudio alemán sobre los documentos hallados en Italia que se puede hallar en la red pero no en la prensa estatal.
Que yo sepa, la justicia ha de ser ciega ante los prejuicios, no idiota.
Y, si no, que echen a esa panda de apoltronados inútiles de la Real Academia de la lengua mordaz, que al menos ahorraremos en sueldos de pasmados, sandios e imbéciles en general. 
¡Bastante tenemos con mantener ladrones y corruptos, desde el Olimpo hasta las cloacas, para sostener un tribunal de jubilados insumisos, analfabetos y partidistas sectarios y fanáticos!
Sí, señores, Catalunya, en castellano, es una nación, y España, también en ese dialecto gótico, un corral de comedias, esperpéntico paraíso donde los trileros tienen la Cruz de Sant Jordi, sueldos de ministros y de reyes y patentes de corso para piratear en nombre del dios de carpetovetonia; y donde, a los imbéciles y  a los degenerados, como decía el Séneca, ¡los hacen cardenales!

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